sábado, 13 de diciembre de 2008

Cárceles - Segunda Parte


Por Alejandro Azaroff












Padecer el castigo del encierro

Cuando fui al Servicio Penitenciario Provincial, con un grupo de periodistas aprovechando la invitación del Defensor Adjunto del Pueblo de la provincia de Río Negro, pensaba que
iba a hacer una cobertura periodística más, era realizar una entrevista, contar lo que se ve y generar conciencia al lector sobre las malas condiciones de los presos. Al ingresar a la primera oficina y tener que brindarle mis datos al guardia, para poder entrar, me di cuenta que no era un lugar más, de los tantos que había recorrido. Estaba en una cárcel y no era poca cosa considerando que había ingresado como periodista y no como condenado.

En la primera parte de esta nota, le realicé una entrevista a Mónica Pamer y Maricel Barrientos, la titulé “Educación en las cárceles, Testigos del encierro” y salió en la edición número cuatro, en marzo de este año. Conté la historia de dos docentes que se brindaron a dar clases a los internos en el Penal de la provincia. En esta segunda parte, reflejó la situación de algunos internos, cómo viven, qué esperan y qué sienten cumpliendo una condena en la que muchas veces, en vez de ayudar a progresar a la persona lo sumerge más en ese mundo oscuro, al que todos denominamos cárceles.

El Servicio Penitenciario Provincial de Viedma, aloja a más de cien internos que deben cumplir su condena. Ciento once almas que penan por haber cometido hechos ilícitos ante la sociedad y deben cumplir con un mandato que indica que durante el tiempo que dure el castigo deben reflexionar e intentar cambiar para volver a ser parte de un sistema en el cual no se vieron integrados y recurrieron a robar, en el mejor de los casos.

Entré a la sala de visitas, un espacio amplio, con bancos acomodados en fila y uno pegado a otro, para que los guardias que vigilan desde un rincón puedan ver todos los movimientos de los presos con sus familiares. En un costado, se puede ver un mobiliario con veintiocho cajones, en columnas de cuatro, por filas de siete, cada uno con su respectivo candado.

En otro sector, sobre una pizarra unos carteles que indican los días que se recibe mercadería, lunes, martes, jueves y viernes, de ocho a diecisiete y un par de datos más con la estampa de una virgen. A un costado del salón, se observan cinco pequeños habitáculos, donde cada interno debe ser revisado antes de la visita y después de la misma.

Luego, fui hacia la huerta, que fue hecha a modo de taller y sirve para que los internos se despejen y puedan hacer alguna labor ocupando parte de su tiempo en algo productivo. Ahí estaba Vega, un interno que cumple diez años de condena por robo calificado, oriundo de General Roca, tiene a todos sus familiares en esa ciudad. Se acercó a manifestar un reclamo, el pago del peculio, o sea cobrar por trabajar.

“Cada quince días nos dan un paquete de tabaco o una tarjeta telefónica, según lo que vos elijas, porque hay que elegir una de las dos cosas”, dijo, mientras se reflejaba en su rostro el paso del tiempo y del encierro.

"El buzón"

Seguí mi recorrido, con el primer planteo a cuestas, fui al sector de “meditación”, tal cual dijeron los guardias, el denominado buzón donde se aloja a los internos con malos comportamientos. Es una celda de tres metros de largo, por dos de ancho, con una letrina y una cama angosta, es el lugar más chico de la penitenciaría donde encierran hasta quince días según la falta cometida a los sentenciados. Una de esas celdas me llamó la atención, ya que tenía dibujos de mujeres desnudas sobre una pared, los retratos eran muy buenos y evidenciaban el deseo sobre el sexo femenino, el cual se incrementa con el paso del tiempo y la nostalgia de un pasado mejor que el presente.

Salí apenado de las celdas de castigo y me dirigí a los pabellones donde están alojados todos los condenados, son tres pisos donde viven los residentes según el grado de evolución en cuanto a la estadía en el Servicio Penitenciario. En el tercer piso, se encuentran los internos de más confianza, los que realizan trabajos en los talleres y frecuentan los patios bajo la mirada de los guardias.

Caminé por el pasillo central sobre un piso de metal, a mis costados se podían ver rejas y más rejas. Las celdas, se dividían de a tres, cada tres habitaciones, una compuerta se cerraba obstaculizando el paso.

Circulé por los pasillos laterales, los cuales se encontraban inundados de ropa colgada y zapatillas tiradas a los costados. Cada celda se encuentra enumerada y al ingresar se pueden ver camas cuchetas a ambos lados de la misma y de tres a cuatro internos viviendo en ella. Entré a uno de esos calabozos, se encontraba ambientado con pósters de mujeres desnudas, de equipos de futbol, frases elocuentes como “Dios está en esta celda, aquí habita un ángel” y fotos de la Virgen María.

Pude observar varios trabajos realizados en el lugar, las diferentes artesanías, predominaban en la mayoría de las habitaciones.

Entré a otra celda, en este caso me encontré con Sergio, que tiene un problema más bien burocrático, espera una salida transitoria para fin de mes y no sabe si se la darán, porque una asistente social tiene que visitar su casa en Bariloche y ver si se cumplen las condiciones para darle ese privilegio, tendrá que esperar la oportunidad, pero es una realidad un poco más afortunada que la de sus compañeros.

A cada paso que daba, una historia nueva surgía, un hecho lamentable los había puesto en ese lugar y no tienen más remedio que esperar que el tiempo pase para poder resarcirse ante la vida y la sociedad.

En la celda 35, había una persona con un caso muy particular. Sandoval, se encuentra cumpliendo condena acusado de participar en el triple crimen de Cipolleti. El detenido dice ser un chivo expiatorio de la causa, estaba parado en la puerta de su celda, con varios papeles en su mano, contando que el día del triple crimen se encontraba finalizando una condena y quince días después de haber recuperado su libertad le abrieron una nueva causa para encubrir el triple homicidio. “La persona que ingresó al laboratorio y mató a los dos bioquímicos y a la psicóloga, según dicen, tenía de dieciséis a veintisiete años. Cuando a mi me metieron como chivo expiatorio tenía cuarenta y cinco”, comentó mientras daba vuelta uno y otro papel intentando explicar el error. Salí de esa celda con más dudas que certezas, ¿Sandoval decía la verdad o realizaba una acción desesperada tratando de llamar la atención? En fin, es otra de las historias del Servicio Penitenciario de Viedma.

Entrar por primera vez a una cárcel genera un poco de resquemor para con la vida. Esas personas que se encuentran en ese lugar, están por una mala acción y es como deben pagar, según las leyes y la sociedad. La cárcel tiene la capacidad de transformar a la persona y convertirla en un ser arrepentido, desesperado, sensible, desconfiado y disconforme con su situación. Ellos dicen ser inocentes, pero se refleja en el deseo de ser libres, debido a los padecimientos que los años les fueron otorgando y las experiencias que tuvieron que vivir dentro de ese entorno.

Seguí mí recorrido por los ruidosos pasillos, una reja se abría, otra se cerraba y los gritos de fondo que expresaban el folklore de la cárcel. Todos querían contar su situación, demostrando el padecimiento y certificando que están saldando su deuda, pero son protagonistas de un escenario que muy pocos visualizan.

No todas fueron negativas en la historia de los internos, Carlos, de la localidad de Cinco Saltos se mostró muy contento por la visita a la institución carcelaria. “Es grato este momento para nosotros, porque el hecho de estar privados de la libertad y que vengan a interiorizarse sobre nuestra situación es muy gratificante”, reiteró una y otra vez, quien no dudó en hablar frente a los micrófonos y anunciar que le resta muy poco tiempo para poder salir de ese lugar. “Estoy con la expectativa de poder salir, reinsertarme en la sociedad y dejar de hacer todas esas cosas malas que me trajeron a este lugar”, contó muy seguro de sí mismo demostrando lo que quiere en un futuro no muy lejano.

Hablé con los guardias que me acompañaron durante el recorrido, uno de ellos manifestó que hay casos que son determinantes, como el de los violadores, porque no pueden hacerse cargo del delito que cometieron. “No se hacen cargo, por eso la mayoría son reincidentes, terminan su condena, quedan libres y vuelven a cometer una violación, por eso son las personas más difíciles de reinsertar en una sociedad, porque no asumen su culpabilidad”, interpretó un agente del tercer piso.

Mientras recorría el nivel más elevado, en el patio se encontraban los internos recién llegados al Servicio Penitenciario, se asomaron por un ventanal y me preguntaban quién era y qué hacía ahí, se mostraban un poco más alterados y eufóricos que el resto de los presos. Según los guardias, son los más peligrosos, porque están en un proceso de adaptación al lugar.

Terminé de recorrer y volví sobre mis pasos por la puerta principal, saludé a los dos agentes que se encontraban en la entrada de los pabellones, bajé por las torres hacia el primer piso, giré hacia atrás para darle una última mirada a ese lugar en el que nadie quiere estar, me paré sobre la rampa de acceso y comencé a descender.

Caminé tranquilo, pero a medida que se acercaba la salida, apuraba mis pasos. Saludé al último guardia, quien me abrió la puerta. Mientras agarraba sus llaves para encajarla en la cerradura y darle media vuelta, un interno gritó, “esos son los que nos pegan”, era el último de los reclamos escuchados que cargué sobre mis espaldas. Una vez afuera, respire y agradecí no tener que vivir esa traumática situación, la de limpiar las culpas y los errores cometidos en la sociedad a través del encierro.




Cuando ser viejo es una mala palabra

Por Lorena Suárez y María Eugenia Mauna

El rol de la tercera edad es cada vez menos importante para la sociedad capitalista e individualista, a nadie les importa que puedan ofrecer si eso no da un rédito económico o material. Ya no son personas productivas para la sociedad y sufren el abandono de sus propias familias.

“Yo soy un hombre bueno, lo que pasa es que me estoy viniendo viejo,
Para que tantos años de experiencia si justo ahora me doy cuenta que no tengo”

Pappo

Toda una vida, todo un camino recorrido, miles de historias con ganas de ser contadas y la esperanza de ser escuchadas.
Para muchos la vida tiene un principio y un final, principio en cuanto a los primeros años de vidas, las primeras palabras, los primeros pasos, pero lo que esta en duda es cuando comienza el final. Como si se tratara de una etapa decliné en donde es el tiempo en que las personas comienzan a estorbar, para luego, cuando llega el verdadero punto final, extrañemos y lloremos a los que ya no están.

Estamos hablando de la llamada “tercera edad”, la cual según libros, estudiosos y licenciados patentados; afirman que comienza a partir de los 65 años. Pero creemos que la tercera edad, marca mucho más que los años acumulados, más que el rejunte de etapas vividas, se trata de un rejunte de historias y vivencias que merecen ser explotadas al máximo.

Lamentablemente también se trata de una época en la vida de una persona en donde comienzan a experimentar con la sensación de estorbo, la cual no nace sola, dado que en las últimas décadas, las sociedades se han encargado de alimentar esa idea de etapa final, idea de estorbo.

La primera incógnita fue; por qué se da este abandono hacia las personas que no nos abandonaron cuando nacimos, aquellos que nos extendieron la mano para dar nuestros primeros pasos y fueron el sostén para que no caigamos al vacío. En definitiva, por qué abandonamos a quienes nos guiaron para ser quienes somos.

Antiguamente los ancianos tenían un rol social, el cual sabemos que en la “nueva era moderna” ya se ha perdido; eran quienes nos transmitían la cultura, eran formadores y no era ofensivo decirles “viejo” o “Don”.

Los ancianos eran escuchados, encabezaban la mesa, se los respetaba; en algunas sociedades antiguas, la vejez eran un don dado a los elegidos, a los sabios de la comunidad o a los patriarcas.
Pero a mediados del siglo XX, la sociedad progresivamente fue desplazando el lugar que tenía el anciano. Se les empezó a decir abuelos, y eso ocurrió porque se empezaron a quedar sin roles sociales. Luego con la globalización, el avance de las tecnologías y las nuevas formas de organización de las sociedades, estos, al no poder adaptarse, quedaron aislados, excluidos.


Cuando las familias están ausentes…

El CO.AM.A (Comisión Amigos de los Abuelos), es una de las pocas Instituciones que trabaja con los abuelos en nuestra comarca Viedma-Patagones. La institución funciona como un centro de día, que desde el 2000 asiste a los abuelos con almuerzo y merienda, pero además con actividades recreativas y contención. En un principio el lugar funcionaba en viviendas alquiladas, pero finalmente y con mucho sacrificio, en el 2004 pudieron inaugurar su propia sede.

Es una institución sin fines de lucro, constituida por una comisión que se encarga de conseguir los fondos para poder contener a abuelos y personas adultas con problemáticas, a quienes ofrecen un almuerzo, pero fundamentalmente un lugar donde pueden encontrarse y compartir con sus pares, ya que en la mayoría de los casos, son personas abandonadas por sus familias o carecen de ella.

Ponen todo su afecto en Mary, la encargada del lugar, quien con tan sólo un plan social y la fuerza que según ella “le da el de arriba”, desde hace más de ocho años, atiende a los abuelos como si cada uno de ellos fuera su padre o madre.

Los abuelos tienen en el salón, construido con el esfuerzo de la mencionada Comisión que lograron levantar con sacrificio en el barrio Villa Rita. Canchas de bocha y tejo y una huerta que ellos mismos cuidan y la clásica partidita de la escoba de quince, antes que la comida esté servida.
Muchas de las familias no se acuerdan de ellos, no escuchan sus historias y a una vida llena de sacrificios y trabajo duro, se le suma las carencias en la vejez, económicas y afectivas.

Cada uno de los integrantes de esta familia cumple un rol, que le permite ser importante y sentirse parte dentro de la institución; desde “Flores”, encargado de alisar las canchas y repartir las alpargatas para que ningún calzado pesado pise su obra de arte, hasta Alberto quien a pesar de rezongar por ser el único que se ocupa de la huerta, siente que cada fruto que de ahí nace es obra suya.


Una vida de agradecimiento y sacrificio

Mary, luego de trabajar toda la noche con otros abuelos, llega temprano al CO.AM.A para comenzar a cocinar para los 18 abuelos que diariamente van al comedor, por lo que sabe mucho de ellos y sus diferentes realidades y habla con nostalgia del abandono que hay hacia la tercera edad.

“No hay amor de familia, si no nos enseñan a querer a nuestros propios abuelos, a los de sangre, difícilmente podremos enseñar a querer a otros abuelos, todo nace desde la familia, sin amor al prójimo estamos perdidos, se está perdiendo el respeto”, reflexiona Mary mientras revuelve un guisito de lentejas.

Mary no es socióloga, ni psicóloga, pero le sobra la experiencia para hablar de los abuelos abandonados, los cuales no siempre tienen problemas económicos; en este sentido explicó que, “yo trabajo también en un geriátrico de noche y veo como las familias van solamente a pagar la cuota mensual, que no son capaces de ir a visitar a sus propios padres” y agregó “yo me pregunto, ¿ellos no piensan que van a llegar a esa edad?

Entonces, ¿qué le dan los abuelos a Mary? ¿Qué es lo que nos estamos perdiendo? ¿Por qué no les prestamos atención a aquellas personas que forman parte de nuestra historia? Ella tenía todas las respuestas a nuestras preguntas.

“Los abuelos me dan mucha satisfacción, yo voy a seguir hasta que no pueda más, la fuerza me la da el flaco (mirando para arriba, refiriéndose a Dios), yo no voy a ninguna Iglesia pero respeto y agradezco, siento que tengo que dar una mano y devolver todo lo que la vida me ha dado”, expresó Mary.

Surgen otras cuestiones, que seguramente daría para muchas notas más, cómo una mujer que desde hace ocho años cuenta sólo con un plan trabajar, ama tanto su trabajo, a los abuelos y además está agradecida. Será seguramente el nivel de prioridades que a menudo ponemos a nuestras vidas.

Toda una vida de historias

Según nos manifiesta Mary y nos permite saber nuestra propia experiencia, los abuelos son como los chicos, tienen sus mañas y rezongan pero tienen mucho cariño para dar y muchas historias que merecen ser escuchadas.

El abuelo Flores nos recibió con mate, no nos preguntó quienes éramos, pero de inmediato comenzó a contarnos su historia, con una gran necesidad de ser escuchado. Además fue un gran anfitrión, tras los mates nos llevó a recorrer las canchas que el mismo mantiene y nos invitó a jugar un partido de bocha, obviamente nos ganó.

Nos contó que tiene muchos problemas de salud, “cada vez que voy al hospital me enfrento a los médicos diciéndoles que el título nos es suficiente para darme una respuesta a mis problemas, nunca saben que tengo, siento que el único que me mantiene vivo es Dios y mis ganas de vivir”, nos contó.

Elisa, tímida, observa como otros tres comensales juegan a las cartas, y nos cuenta entre risas, cómo llegó al comedor. Explicó que llegó como acompañante de su hermano que estaba muy enfermo, tras el fallecimiento de éste, Elisa decidió continuar en el Centro, porque según dijo, se siente cómoda en ese lugar.

Alberto, se presentó solo, salimos al patio y desde un rincón nos dijo “hola, yo soy el encargado de la huerta”, inevitablemente nos acercarnos a charlar, fue entonces cuando entre rezongos nos contó que estuvo unos cuantos días fuera de Patagones y se encontró con sus plantas secas.
“Nadie regó la huerta, se lo pasan jugando a las bochas y la baraja”, rezongó “no se dan cuenta que esto es para todos”, lentamente se distendió y nos contó que hace poco que va al CO.AM.A, que tiene poca relación con los demás abuelos, porque todavía no se conocen mucho, dijo además que tiene algunos parientes en la localidad, pero vive solo.

Estas son unas pocas de las muchas historias que hay en la institución, que nos hicieron estremecer, sobre todo cuando a Mary se le quebraba la voz tratando de dar un por qué al abandono, a la pobreza, a la indiferencia de toda una sociedad que se preocupa cada vez más por el individualismo, pensando en el futuro, sin darse cuenta que esto también es parte del futuro, por esta etapa que vamos a vivir. Desde nuestro punto de vista, esperamos que en nuestro camino se crucen muchas Mary o cualquiera de las personas de la Comisión de Amigos del Abuelo, que se esfuerzan por ayudar sin esperar nada a cambio.

Mientras tanto, este fue para nosotros, el inicio de un camino que nos lleva a la reflexión y a la puesta en marcha de la recuperación de las raíces, no las que figuran en los libros de historia, de esos héroes nacionales, sino la de aquellos que desde el trabajo y el sacrificio también la escriben y que hoy no tiene a quien contarle.