jueves, 24 de abril de 2008

Actuemos como gente “normal”

Dibujo realizado por Ramiro Por María Eugenia Mauna marujis2003@hotmail.com

Muchos siglos atrás el discapacitado era escondido por sus familiares y aislado de la sociedad, negándoles todos sus derechos como ciudadano; hoy, en el siglo XXI, no estamos tan lejos de esa realidad.


Cuando un hijo nace sus padres, cualquiera sea su edad o su lugar en la sociedad, experimentan una responsabilidad y muchas veces sienten el temor de no poder asumirla como corresponde. Este temor se triplica con la noticia del nacimiento de un hijo con discapacidad.
A partir de esto se da un proceso de adaptación en el que toda la familia tiene que estar dispuesta a participar, dado que es ella la base de la estructura en la formación de todo sujeto.
Es importante, en un principio, el rol que se le dentro de la familia como formadora del sujeto, tanto en el desarrollo cognitivo, desarrollo moral y desarrollo social.
La familia es el ámbito primario de emergencia y constitución de la subjetividad, el escenario inmediato de nuestras primeras experiencias, de nuestros primeros aprendizajes. Motivo por el cual es tan importante la buena disponibilidad de cada uno de la familia para que este logre de a poco llegar al segundo paso de socialización: la escuela.

Fuera de casa


Ya en esta etapa escolar, son sumamente necesarias estrategias pedagógicas para el mejor desenvolvimiento del niño en tanto mejor aprendizaje de los conocimientos y su relación con los otros, pero ese nivel es el más complejo para un niño con discapacidad.
El problema de las estructuras de los edificios, como así también de las calles, veredas y demás, solo le provocan al discapacitado un malestar innecesario al no poder trasladarse con seguridad.
Por una parte, está la limitación física, la observable en el cuerpo o en el andar, y por otra los obstáculos que impone el entorno físico construido según convenciones sociales. Y es justa­mente ahí donde se hace presente la discapa­cidad: en aquello a lo que no se puede acceder, de lo se que queda excluido y no por decisión propia, sino por la ignorancia y el incumplimiento de leyes a la hora de diseñar y construir el espacio.
Entonces volviendo a la escuela, el problema del edificio es sumarle uno más al niño,
las escuelas no están preparadas para recibir a un discapacitado, sea alumno, madre, padre o cualquiera que se acerque.
Se necesitan espacios libres de obstáculos para niños en sillas de ruedas, y debidamente señalizados para niños ciegos y disminuidos visuales.
Como ciudadanos tenemos que saber que existen derechos y por lo tanto debemos hacerlos cumplir. Pero también tenemos que saber que las leyes las ponen personas que nosotros elegimos y que muchas veces se olvidan de las necesidades primordiales como es el caso del
“Derecho a la educación”.
Al respecto, en los 90, se legalizaron crite­rios limitantes. La norma que tradicionalmente definía la atención educativa de niños argentinos con discapacidad era: “siempre que la necesidad lo imponga”. Sin embargo, la nueva Ley Federal de Educación, promulgada en 1993, estableció que dicha aten­ción sería provista “siempre y cuando sea posible”, imprimiéndole un criterio economista que se tradujo en una disminución de recursos humanos, técnicos y fondos a la educación especial, común y domiciliara de niños y jóvenes con discapaci­dad. Esta modificación anuló un derecho adquirido y creó una situación de desamparo aún mayor.
Como dijimos en un principio no estamos tan lejos de aquellos tiempos en donde se tomaba al discapacitado como un error de la vida, como un desliz de la fortuna; hoy, como hace siglos atrás, hacemos sentir a las personas con discapacidad que solo son una carga social, imposibilitándolo mas allá de sus imposibilidades biológicas y dejándolos fuera de una sociedad que los necesita como a cualquier ciudadano.

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